Cuando Mariano Rajoy llego al Gobierno de España, en
diciembre de 2011, tras ganar las elecciones por mayoría absoluta, tenía dos
caminos para elegir sólo uno por el que empezar a gobernar: el camino de la
propaganda en el peor de los sentidos, del nadar y guardar la ropa, del hacer
aquello que está en el programa maquillando con
comunicación y otras herramientas y técnicas lo que fuera non grato para el pueblo; o el camino de cumplir el programa cuyo
objetivo único era y es el de devolver a España
a la senda del crecimiento económico y como consecuencia la recuperación
del empleo para la población activa, la competitividad de la industria y el
comercio español, la mejora de los sueldos y salarios de los empleados públicos
y privados, etc. En definitiva, la garantía férrea del Estado del Bienestar, al
borde de la quiebra (una vez más como ya ha ocurrido en otras ocasiones en los
últimos 35 años).
Claramente optó por el segundo camino. Pero con salvedades
que ponen de manifiesto precisamente que tiró por esta senda y no otra. Quiero
decir lo siguiente: Rajoy decidió llevar a cabo su programa, pero la realidad
general de España era tal que impedía los mayores propósitos: bajar impuestos,
subir pensiones, inversión en investigación, creación de empleo de inmediato,
etc. Tuvo entonces que optar por tomar medidas no populares no incluidas en su
programa para enderezar el rumbo del país, más aún, para frenar la inercia de
una nación a la deriva con la finalidad de poner la brújula al norte y entonces
empezar a maniobrar según lo programado en las elecciones.
Esta práctica le pondría en la picota, se convertiría en
blanco de todos: de la oposición política, de los sindicatos, de la patronal en
algunos asuntos, de sus votantes, de sus no votantes, de los que ni votaron… En
fin, aquella política, si algo conseguiría no sería precisamente guardar la
ropa del agua. Rajoy se mojaría. Y así Rajoy decidió gobernar sin mirar ni los
votos ni el electorado.
Al fin y al cabo tenía cuatro años por delante.
En diferentes conversaciones políticas con amigos y
familiares he tenido clara esta opinión. Incluso en los últimos meses me ha
atrevido a manifestar que antes de finalizar 2013 tendríamos el anuncio por
parte del Gobierno de España de una rebaja de impuestos, incluso la ejecución
de alguna rebaja de algún impuesto. Aquellos con quienes lo he hablado pueden
dar fe de lo que escribo.
Ayer, en Soutomaior, en el discurso del inicio del curso
político, Mariano Rajoy se comprometió a volver a ese mismo sitio dentro de un
año para “anunciar una bajada de impuestos”.
Creo que existen dos razones detrás de este anuncio: primero, el convencimiento absoluto apoyado
en los números de que España está entrando en la senda de la recuperación
económica y por lo tanto podrá bajar impuestos para seguir estimulando la
economía y meterla en carril; segundo, los votos, la propaganda. Dentro de poco más de dos años, si ningún escándalo o
razón extraordinaria lo aborta, el presidente del Gobierno de España convocará
elecciones generales y para entonces Mariano Rajoy querrá volver a ganar, y por
supuesto con mayoría absoluta, para continuar con su proyecto global político y
con el programa que para entonces escriba. Además, hasta aquella fecha, se
producirán otras elecciones importantes: europeas, municipales, algunas
autonómicas (quizás las autonómicas andaluzas sean muy pronto). Para todo esto,
Rajoy inauguró ayer el tiempo oficial de comunicación y propaganda positiva,
apoyado en los resultados positivos de sus grandes y no aplaudidas decisiones efectuadas
durante la primera mitad de su mandato.
Creo que este modelo es bueno: trabajemos, hagamos las
cosas, en silencio mejor que alardeando o propagando lo hecho, con un objetivo,
con criterio, con profesionalidad, con rigor, corrigiendo los errores que
puedan surgir, con humildad… y si funciona lo que hemos construido, entonces y
no antes vendámoslo. El otro modelo, el de la demagogia, el de la farfulla, el
de la mentira camuflada por bellas palabras, el aborregamiento de la sociedad y
la creación de estómagos llenos agradecidos, sin construir cosas buenas,
haciendo todo a trompicones, sin rumbo, sin profesionalidad, sin criterio… ese
modelo no es bueno. Independientemente del color político este es un patrón que
conduce al fracaso y muerte.
Y tú, ¿qué piensas?
No hay comentarios:
Publicar un comentario