El segundo tomo de las memorias de Alfonso Guerra abarca el
periodo de 1982 a 1991: desde el arranque del Gobierno socialista en diciembre
de 1982 (tras la victoria electoral de octubre) hasta su dimisión como
vicepresidente del Gobierno en enero de 1991.
Si bien la primera parte de las memorias, “Cuando el tiempo
nos alcanza” se estructura en pocos y densos capítulos, cargados de la emoción
de los años jóvenes de una persona como Alfonso Guerra, años de construcción de
una persona, de una personalidad, de adquisición de conocimientos de
aspiraciones ideológicas e ideales, de contexto histórico de lucha por la
libertad, de construcción de un proyecto político casi utópico, arrancando en
la descripción exhaustiva de la vida desde el nacimiento, lo que hace que la
narración sea apasionada, emocionante e intrépida, esta segunda parte es
opuesta.
Opuesta en el estilo: se detrae madurez en la redacción; más
razón, más ironía, menos emoción, más descripción de hechos.
Opuesta en forma: son tantas las vivencias que recuerda el
autor que las ordena cronológicamente de forma rápida de manera que nos
encontramos con 115 capítulos o títulos, desarrollados en 466 páginas: 1 capítulo cada 4 páginas. Sólo este dato
describe la cantidad de acontecimientos narrados lo que apunta a un contenido
rápido, descriptivo y ágil, que obliga a profundizar menos y ser más mordaz.
Opuesta en la propia experiencia: lo que Alfonso Guerra
vivió hasta 1982 no tiene nada que ver con lo que vivió desde ahí a 1991.
Esta última es la gran diferencia entre sus años de
infancia, adolescencia, juventud y crecimiento hacia la madurez, y los años de
maduración en el ejercicio del poder, situado en el epicentro, en el núcleo de
la toma de decisiones para el cambio, desarrollo y devenir de un país y su
sociedad.
¿Cuáles son los puntos destacables de esta obra? El libro
hay que leerlo, como cualquier libro, pero los cuatro ejes en los que se apoya
Alfonso Guerra son:
1. Historia: Alfonso Guerra hace memoria de todos
los grandes acontecimientos que vive desde el día en que sentó por primera vez
en su despacho de Vicepresidente del Gobierno en Moncloa hasta el día que
abandona este mismo despacho, poco más de ocho años después. Son recuerdos en
orden cronológico (aunque no detalla cada un con fecha exacta, no se trata de
eso), que recogen todo: su trabajo y su vida personal. Ya hiciera esto en su
primera parte, pero como dije antes, con mayor detenimiento en cada recuerdo. Y
es que ahora, insisto, los ocho años y poco de ejercicio del Poder son en
extremo intensos.
2. Humanidad: en cada momento que puede resalta su
carácter humano y humanista: siempre trata de destacar la grandiosidad humana
de aquellas personas que le marcaron como persona por encima de sus roles
político-profesionales. Y especialmente sensible se muestra con el permanente
recuerdo de sus hijos, por aquellos años niños, infantes. Para Alfonso Guerra,
la paternidad es su mayor orgullo y trabajo.
3. Recelo: prácticamente todos los episodios
narrados por Alfonso Guerra están cargados de recelo, de rencor. No de un
rencor vengativo, sino de una necesidad
de expresar en la libertad y conciencia de su versión vivida aquella opinión
acerca de personas que le defraudaron por falta de coherencia para con los
principios que decía o aparentaban tener. Es especialmente claro (y por ello
duro) con Javier Solana, Carlos Solchaga y José Rodríguez de la Borbolla. Deja
retazos también claros de José Bono. Toca enérgicamente a Jorge Vestringe. Y no
acaba de entenderse su visión acerca de Felipe González. También repasa a
Manuel Fraga y José María Aznar, pero más por cuestiones de oposición política
que de recelo. Igual que ocurre con Nicolás Redondo, aunque aquí el amargor es
político-profesional.
4. Claridad: sus memorias son claras. Tiene buena
memoria. Pero entre las líneas el lector observará que cuanta su memoria. Es
decir, su versión. Es rotundo. Destaca permanentemente la rectitud de sus
acciones conforme a sus convicciones. Pero las páginas negras de aquellos años,
como por ejemplo los diálogos con ETA, el “Caso Juan Guerra”, y las crisis de
Gobierno, el cambio de opinión del PSOE hacia la OTAN, etc. no acaban de ser
descritas en profundidad. Quien conozca al detalle la historia de aquellos años
será muy crítico con el recuerdo de Alfonso Guerra. Quien no sepa tanto
entenderá, como he comentado, que… faltan datos.
Hace pocos meses, Alfonso Guerra
publicó “Una página difícil de arrancar. Memorias de un socialista sin fisuras”.
Son sus memorias desde 1991 a la actualidad. Las comentaré más adelante.
En cualquier caso, merece la pena leer
de principio a fin esta gran Obra
histórico-política porque ayuda a entender dos cosas: por una parte se
comprenden algunas razones de por qué hoy estamos como estamos, y esto ayuda a
valorar más nuestra democracia y nuestro país como nación única,
independientemente de los sentimientos nacionalistas y regionales, que lejos de
segregarnos, deberían enriquecernos (leyendo la
Obra se aprecia el valor de cada condición de cada territorio diferente
de España, pero español en definitiva); en segundo lugar, Alfonso Guerra deja
ver el desarrollo de una ideología política, el socialismo, con sombras y
luces, pero sin lugar a dudas vencido por la realidad de los tiempos actuales a
la que, quizás por falta de coherencia y
por lo tanto por “fisuras” permitidas, el socialismo no está sabiendo adaptarse.
Hasta el año 1982 los socialistas consiguen una posición claramente socialista,
que empieza a desdibujarse a partir de su segunda legislatura, es decir, a
partir de 1986 y que en la década de los años 90, no sólo se pierde, sino que abandona
sin recuperar nunca “El Programa 2000” (pág. 446).
Es una buena lectura, que
completa el primer todo… y deja ganas del tercer.
Léelas y luego vemos tú qué piensas.